Textos publicados e inéditos, incluyendo material gráfico y desgrabaciones de conferencias, entrevistas en televisión y radio, etc.

CONVERSACIONES SOBRE CONOCIMIENTO POPULAR (1): Un artículo en coautoría con cinco conocedores locales

Héctor Alancay

Rubén Alancay

Ricardo Alancay

Eulalio Lamas

Cecilio Mamaní

Mario Rabey (2)

Salinas y salineros

[Ricardo Alancay]

Él va a testimoniar y nosotros podemos ser legítimos testigos de lo que él va a decir. O sea, conferencia de prensa no hay. Hoy les presento a Don Eulalio Lamas para que nos cuente la vida del salinero.

[Eulalio Lamas]
Bueno, todos los que están presentes, vamos a hacer una char­la con respecto a lo que manifiesto.
Con respecto a la explotación de las sa­li­nas, en años anterio­res, desde que yo conocí, las salinas era adonde ex­traían la sal, nadie cobraba. Era nuestro, vamos a decir así, nues­tro, prácticamente nue­stro. Había ciertas épocas en que ha­bía una conglomeración de sali­neros, de arrieros.

Venían de le­jos: por ejemplo, de Santa Cata­lina, de Santa Victo­ria, de Yavi (3), con treinta o cuarenta o cin­cuenta animales. Eran tres, cuatro, cinco arrieros, según la tro­pa. Es­tos hom­bres llegaban a las salinas y si no tra­bajaban ellos la sal, ocu­pa­ban changueros. La sal se pre­sen­ta en el lugar en forma de ro­ca, pero a una pequeña altu­ra (4) que va acrecen­tando de acuerdo a la distancia (5). Por ejemplo, esto todo que sea (6), en­tonces de aquí va en­trando de a poco. Ahí en el medio debe estar más o menos a un me­tro o dos.

Entonces esta gente trabaja la sal, como ocupaba changueros: era a la orilla, a donde estaba más o menos la carga de burro. Y así esta gente venía y hacía las cargas que necesitaba y no le costaba un cinco, sacaba la sal, absolutamente nada. Bueno yo creo que to­dos son de la quebrada (7): ¿hay alguno que no conoce lo que se necesi­taba para el aseguramiento de la sal sobre el lomo de burro? Bueno, esta gente traía sus burros, traía otra cosa que se llamaba carona: era un artefacto que se colocaba sobre el lomo del animal, hecho de cuero, con una altura más o menos de cuatro o cinco centímetros.

[un interlocutor]

Discúlpeme señor: cómo hacían para sacar la sal?

[Eulalio Lamas]
Bueno, pasemos a ese tema entonces. La sal la sacaban por intermedio del hacha. Esa gente que venía al lugar ocupaba changueros y los changueros tenían el hacha para sacar o en su defecto ellos traían el hacha y con eso cortaban la sal como unos adobes (8), en los listones. Los listones eran unos bancos grando­tes como de aquí a esa mesita. Claro, una costura que se decía, se des­pejaba un tanto así para ver el pedazo que íbamos a sacar. En­tonces hacíamos una lí­nea así y por esa línea se cortaba la sal y después seguiría de acuerdo más o menos a la carga o al cajoncito que se quería sa­car.

[un interlocutor]
Claro, esa sería en forma de listón.

[Eulalio Lamas]
Claro, listón. Bueno, una vez que está la trinchada -trinchada le llamaban antes, nos acostumbrábamos nosotros en el len­guaje nues­tro-, una vez trinchada la sal, se hace un mon­te. En­tonces, cuando está mansito, según a lo largo y a lo ancho, de acuerdo a la carga, tiene que hacer cuatro, cinco horas o más, porque había gente que traía por ejemplo 7O, 8O, 1OO burros y para completar esa carga te­nían que es­tar un día o dos días, según.

[el interlocutor]
Claro, según los changueros.

[Eulalio Lamas]
Y según los arrieros. Bueno, como lo estaba diciendo, eso se­ría para trabajar la sal, para acondicionar, y para transpor­tar. Entonces, como les estaba diciendo, que esta gente o noso­tros sabía­mos utilizar como dije la carona que era hecha de cue­ro de ove­ja, de un espesor de cuatro o cinco centímetros de espesor. ¿Para qué? Pa­ra que no le lastime la sal al lomo del animal.

Y para sujetar so­bre del animal se necesitaba un lío para acollararlo un pan con otro. Bueno, hecho esto, para asegurarlo para que no se caiga se uti­lizaban sogas, hechas de lana de ovejas o de lla­mas, se pasaba por debajo de la panza del animal, se pasaba la cin­cha. Eso era ya para caminar con la carga sobre el lomo del animal.

Una vez ya recorrida la distan­cia durante el día y para donde se quedaba el arriero, se descargaba tal como se cargaba, y para asegurar los animales se utilizaba una manea. Ese lugar adonde siem­pre se quedaba el arriero se lla­maba realero, hornada. Y ahí tenía­mos que quedarnos todos por­que el animal ya cono­cía la hor­nada y él mis­mo, porque estábamos ca­mi­nando y el ani­mal ya estaba, ¿cómo po­díamos decir?, ya estaba ama­es­trado, se hacía a un lado del camino, de la huella. Ya sabía el ani­mal. Entonces todos seguían.

Una vez descargados los animales les llevábamos a cierta distancia y les po­níamos la seguridad que se lla­maba manea, también hecha de hilo de oveja o de llama, lo que sea. Es­te instru­mento era doblado: por ejemplo un hilo grueso en uno de los extremos -era de más o me­nos cuarenta centímetros, un poquito más-, en uno de los ex­tremos lle­vaba un ador­no, una po­rra. Bueno, eso sería para seguri­dad del ani­mal. A todos los animales teníamos que asegurarlos con la manea.

Entonces, esa tropa tenía un animal donde lleva­ba en el cogote una campanita de bronce que se llamaba cencerro, con un badajito chiquito: ese animal se llamaba marucha. Bueno ya es­ta­mos de vuel­ta, ya es­tamos de vuelta de la salina con toda la car­ga. Pero ese ma­rucho te­nía que haber desde el princi­pio desde que salía de la ca­sa hasta que volvía otra vez a la casa.

Ese era una madrina: el cen­cerrito, el ruido ese atraía a los demás animales; a donde estaba el cence­rrito ese, ahí estaban ca­si todos los demás animales. Algunos capri­chosos, algunos mañeros se escapa­ban a lo mejor un poco más. Bueno, eso era del arriero, del salinero o de cualquier arriero, no sola­mente del salinero. Bueno ya hemos llegado al destino con todas esas cosas, pero ahora vamos a pasar un poco más atrás.

El control sobre la sal: campesinos, políticos y empresarios

A partir de mil novecientos sesenta y no sé cuánto, me pa­rece, no re­cuer­do muy bien, en la época de la gobernación del Doc­tor Guz­mán, se ha enajenado las salinas, se ha dado no sé a qué em­presa pa­ra que la explote. Y entonces los salineros ya hemos qued­ado margi­nados, ya no éramos dueños de entrar donde queríamos, donde no­sotros queríamos sacar la sal. Entonces ya nos cobraban. Si nosotros que­ríamos la sal, la sal buena, obligadamente teníamos que ir allá y decir: "bueno, señor, ¿me vende o me da permiso?". Pero el per­miso no era así no más. Teníamos que pagar piso, la carga nosotros teníamos que comprarla a estos señores.

Ya no, ya ha cambiado to­talmente la forma de traer la sal y yo creo ... no, no creo, sino que verdadera­mente es así: el año pa­sado, no sé en qué tiempo, el año pa­sado se ha promulgado una ley por nuestros legisladores de que se iba a am­pliar la zona de reserva. Ante todo, nos han dejado un pe­dacito, pe­ro el pedacito para nosotros no servía para nada. Esa sal que nos han dejado un pedacito era in­ferior, el que trabajaba la sal esa sal, así como estaba ha­ciendo, se trinchaba, se raya­ba, pe­ro todo muy poco: se utilizaba o se desmoronaba una sal muy inferior.

[un interlocutor]

Claro, porque en realidad, en el mismo piso de la salina, al largarlo se iba en pedazos.

[Eulalio Lamas]

Claro, se hacía pedazos.

[el interlocutor]

Mientras que antes, de donde antes se sacaba, los lugares como Piedra Chata, que son de donde se sacaban los panes, son to­tal­mente sólidos: si lo tira, o si el animal al cojearse, se voltea, no pasa nada.

[Eulalio Lamas]

Era así. Bueno, no sé si viendo esa necesidad o no sé, no en­tiendo yo, eso se ha ampliado, dicen que se ha ampliado el anteaño pa­sado, no sé, ¿cuándo fue?

[Rubén Alancay]

En el 86. Quiero dar datos un poco más preci­sos. En el último gobierno constitucional que hemos tenido del in­geniero Snopek, se sanciona una ley provincial en la cual de­cían to­dos los diputados por unanimidad que iban a ex­propiar las sa­linas para devolverlo a los nativos, a los de la Que­brada y la Puna. No me acuerdo con exactitud el número de la ley, si no es 4312 es 4316.

Nosotros veíamos eso con gran alegría y con gran algarabía a la vez, porque íbamos a volver de nuevo quizás a los roles ante­riores de nuestros ancestros, en donde la sal se llevaba no solo para el con­sumo de uno sino que lo traían para la quebrada. Donde no­sotros, los arrieros de allá, venían con la car­ga de allá y cambia­ban con fruta, con papa, con maíz y era un medio de vida entre las comunidades abo­rígenes anteriormente, que hoy no es, como decía el abuelo (9). ¿Por qué? Porque tenemos que ir a ver al pa­trón y ese pa­trón ni siquiera es nativo, sino que es un tal Romero de Sal­ta y otro cordobés que no me acuerdo si es Murúa. No me acuerdo el nombre con exactitud: hay tres dueños en este momen­to en la salina.

Cuando fue sancionada esta ley, que a nosotros nos parecía bien, en otras comunidades tratábamos de organizar­nos en cooperati­vas o en asocia­ción de salineros, porque pensábamos explo­tarla a la sal, porque era una fuente de trabajo para los mismos jóv­enes de ahí para evi­tar el desarraigo. Y en el 86 vuelven a modi­fi­car esa ley, en la cual dicen que las salinas se entregarán a ter­ceros y los terce­ros se ha­rán cargo de ocupar como mano de obra a la gente del lugar: esto ya era una contradicción total.

[un participante]

Bueno, una burla.

[Rubén Alancay]

Si, como una burla al pueblo. Donde nosotros veíamos que los mismos estos cordobeses ... Ni siquiera uno de la puna se ha ocu­pa­do, porque todos llevaban camiones y máquinas de allá de Córdoba y nada que ver con nosotros. Incluso, cuando había notas de la co­muni­dad de Rinconadilla, de Alfarcito y de parte de acá del Colora­do, del Departamento de acá de Tumbaya, reclamando eso, entonces de­cían los di­putados: "sí, pero para eso tienen la Dirección de Mi­nas que va a hacer un informe y a ustedes no se los va a dejar de lado; cré­annos por fa­vor, créannos a nosotros y les vamos a hacer el área de re­serva ahí, de donde ustedes van a poder extraer la sal". Bueno, un po­co era para despistar a la gente y nosotros veíamos que esto era una farsa, por­que yo en ese momento era también parte de ese gobier­no provincial (10).

Van los de la Dirección de Minas, no sé cuántas son las hectáreas, pero según ellos son miles de hectáreas que iban a de­jar como zona de reser­va. Entonces no­sotros pen­sábamos y creía­mos que íbamos a llegar hasta la parte donde está el señor Ro­mero, pe­ro re­sulta que no: era del terraplén que van a hacer ahora pa­ra el Paso de Jama y más arri­ba todavía y todos los bordos, que tiene are­na, caliza y ba­rro: no tiene más nada. Esa era la zo­na de reserva de la salina. Y esto para noso­tros es una farsa.

O sea que a la gente de la Puna nunca se la ha tenido en cuen­ta, ni si­quiera en centros poblados como éstos, no hay ni siquiera las au­to­ri­dades de este pueblo o de cualquiera, no hay quien nos de­fienda. Ano­che decían lo mismo, cuando habla un Coya, un ojotudo, no se tie­ne en cuenta, porque no es gringo, porque es de otra raza o su cultura es baja.

Yo creo que no tiene que ser así. Si los pueblos quieren progresar es cuando nos empecemos a respetar por nues­tras pro­pias culturas que tenemos, el de Occidente a Occidente y lo de Amé­rica a América, pero respetémonos como personas con derechos, con dignidad humana como todos. O sea, que esto es lo que tendríamos que ver en las salinas.

También yo estoy seguro que nosotros, por más que gritemos los puneños allá, a nosotros no nos dan ni cinco de cen­tavos aquí en Jujuy. Así como estábamos en unanimidad, todos los diputados peronistas, radica­les, emepejotistas (11) han aprobado esa ley, así también todos, radica­les, emepejotistas y peronistas han disuel­to esa ley para cambiarla. O sea que nosotros, la puna y la quebra­da, yo creo que no tienen nin­gún representante legal ante la cáma­ra legislativa o ante el gobier­no provincial o nacional.

[un participante]

Eso es cierto.

[otro]

Eso es cierto.

[otro]

Muy bien.

[otro]

Toda la verdad, sobre todo en la puna no hay nadie.

[otro]

Bueno yo creo que en la Puna nosotros tenemos un diputado ne­grito, petisito, igual que nosotros, pero nada que ver con nosotros, porque están cuidando todos los intereses de las multinacionales o de los que ponen la plata para ponerlo. Nosotros no podemos decir na­da, estamos muy marginados.

[otro]

Conozco aquí diputados que son la expresión suprema del al­ma del pueblo, de la cultura local y que incluso lleva el nombre, el nombre propio de la gente nuestra de acá, ¡qué raro!.

[otro]

Pero eso es una burla: no tiene nada que ver.

[otro]

Esta gente de la quebrada y la puna (12), es la misma gente que está en contra de los suyos.

[otro]

Exactamente.

[otro]

Eso es.

[Rubén Alancay]

Exactamente. Yo creo que un Coya, si se viene a la capital, en cualquier momento se vuelve más negrero de lo que son otros. Eso es la verdad. Yo me acuerdo en el ‘83, cuando empezaba la campaña po­lí­ti­ca, cuando volvíamos a la democracia (13), a mi no me tenían en cuen­ta. Pero sí, yo estaba dentro de la Iglesia Católica trabajando con la co­munidad (14), y entonces empezaban a acercarse muchos políti­cos, pe­ro yo no entendía casi nada de política porque no lo había visto. Si yo me acuerdo, en la última época constitucional yo tenía 14 años, na­da que ver.

Y entonces, cuando sucede esto, te charlaban unos, te charlaban otros, que "mirá hermanito", que "nosotros te va­mos a po­ner esto", que "te vamos a poner esto otro"; ¡uh!, “mirá, que vamos a trabajar pa­ra tu pueblo, vamos a trabajar con tu comuni­dad". Muy bien, vos sos joven, no te vas a entregar al lobo; y cuan­do vos quieres salir de ahí, no podés. En el mismo ‘83, al final del ‘83, cuando ya estaban posesionados como gobierno, a nosotros no nos da­ban nada. Hasta que empezamos a conocernos, digamos, entre noso­tros, y empezar a traba­jar en comunidad y empezar a pelear al dipu­tado: "señor, usted me ha prometido esto"; -"sí, pero no hay plata, vos sabés que el otro go­bier­no ...". Se echan la culpa del uno al otro (15).

O sea que yo creo que el pro­blema de los argen­tinos, es uno, la menti­ra, que todos nos mentimos. Aquí hay que de­jar de mentir y de­cir to­dos la verdad, hay que ser valientes. La ga­rantía no es decir "yo ha­go patriotismo". Pero el pa­triotismo, si está la injusticia, si aquí en la Argentina existen dos Argentinas, la Argentina rica, po­derosa, con mucha plata, y otra la Argentina pobre, que no tiene qué comer, esto es lo que hay que cam­biar en la Argentina, no tiene que haber esa farsa. O sea lo que yo creo que tiene que haber es since­ri­dad entre nosotros como argenti­nos para poder cambiar nuestro país.

Tejidos y tejedores: valor y precio

[Armando Álvarez]

Está también Don Cecilio, que nos va hablar del tema de los tejedores. Como la gente de Barrancas tam­bién son tejedores, yo le pediría a Don Cecilio que nos diga como va esta cuestión de los tejedores. Así como lo están viendo los herma­nos de Barrancas, los problemas, qué se podría hacer, cómo lo hace­mos, en fin, lo mismo que los tejedores de Barrancas: qué nos apor­ta.

[Cecilio Mamaní]

[Antes de empezar a tejer, durante] ocho años me fui para los ingenios (16). He estado ocho años en los ingenios y después volví a mi casa porque me tocaba el servi­cio y de ahí, como a los 25 años, después que he venido de la cons­cripción, he agarrado el telar y ya tengo 77 años, o sea 52 años de tejido. Y he hecho más de quinientos ponchos, en el pueblo de Tilcara y en todo el Departa­men­to y mis obras se han ido a la ciudad de Jujuy, se han ido a Sal­ta y han ido a Córdoba. Obras buenas han sido, obras de vi­cuña que se han llevado a Córdoba son muchas.

Y después he aprendido a tejer al­paca, vicuña, guanaco, lla­ma, lana común de oveja. Y ahora me veo viejo: ya tanto tejer pero nadie me da ninguna importancia. Me tie­nen ahí que "ya te jubila­mos", que "ya te vamos a pensionar" y hoy no hay nada, todo es men­tira, todo es inválido, hoy no se cobra (17) . Eso no podía ser. ¿Cuándo podía ser?: la mentira ya debía terminarse como aquí. Otros países no mienten tanto: son cumplidos.

Eso no pue­de ser: ya estamos, de la menti­ra ya estamos cansados en todo el país los ar­gentinos. Y ahora ya me veo viejo, ya no puedo trabajar, ya tengo inválido el pulmón y ya no trabajo. Enseñar (18) . Pero real tra­bajar para negociar ya no hay capacidad y eso debe ser to­do.

[Eulalio Lamas]

Bueno, entonces tomo la palabra yo. Quiero dar a conocer mi conoci­miento como artesano de la puna. No solamente yo, sino que todos los que es­ta­mos aquí somos artesanos (19) . De manera que, si quie­ro expresarlo en breves palabras, la confección de un barracán cor­te, el tiempo que nos lleva para hacer un corte o un ba­rracán, de seis me­tros pongamos el caso que le hagamos, y nosotros allá no te­nemos má­quina para ha­cerlo el hilo.

Entonces, ese barracán de seis metros, el hilado nos lleva ... según, si hay gente que son ligeras pa­ra hi­lar: por ej­em­plo yo para hacer un barracán de seis metros, lo hago al hi­lo más o menos en ocho o diez días. Y para ha­cer el barra­cán se ne­cesi­ta sa­ber la combina­ción de los hilos, po­nerlo, y hasta llegar a un cierto tipo de proceso para poder ya for­mar la tela. Y eso nos lleva, por ejemplo a mí me lleva dos días y para tejerlo se­gún el ma­triz puede llevarme para seis metros una se­mana o un poco más toda­vía. Ese es el trabajo de mí como artesano. Claro, yo ya no tengo esa habili­dad como de mozo y a los jóvenes les puede llevar qui­zás me­nos y eso quiero darles a co­nocer yo a uste­des. También la frazada, dependiendo también de la habi­lidad de la perso­na, del artesano, puede lle­varle en hi­lado una sema­na o más y la con­fección de dos a tres días. Eso no más, com­pañeros.

[Ricardo Alancay] (20)

A todo eso también, como tejedor, quiero ha­cer hinca­pié en esto. Así como Don Cecilio, mucha gente, muchos ma­yores se sienten frustrados por todo lo que estamos luchando para que esa si­tuación no se vaya a repetir, tanto en cuanto a lo que se valora a un tejedor, o a un salinero, o a un criador de llamas de la puna. Y hay que hacer hincapié en esto: en las horas trabajadas, los días trabajados. Aparte, lo fundamental es que el hombre que va a trabajar su barracán, su frazada, no va a especular con las horas de trabajo que va a poner: directamente va a trabajar, trabaja ocho ho­ras y son ocho horas de producción.

Y sumándole los días que puede in­vertir un arte­sano para hacer una frazada, de diez a quince días para ha­cer un barracán, de quince a veinte días para hacer un poncho, o a lo mejor por el hilado y por todo lo demás, de acuerdo a sus po­sibilidades puede llevarle un mes. Realmente la forma en que se ven­den las artesanías no tiene nada que ver: invertir el tiempo y el trabajo por lo que se paga por ese tra­bajo.

Es fundamental que noso­tros los artesanos podamos hacer es­to, que la gente no crea que se le está robando, se le está ven­diendo una cosa que no sirve. Una frazada, yo les puedo decir, allá en la puna nosotros la tras­ladamos a lomo de bu­rro, la tiramos en el cam­po, no es la comodidad de una casa típica de aquí y dura más de veinte a veinticinco años. De la misma forma, un poncho a uno le pue­de enterrar, como noso­tros nor­malmente hablamos. O sea que el precio de una pieza que apa­rentemen­te es caro, en cuanto a su dura­ción y en cuanto a la forma noble del material que tiene, porque to­do es lana pura: según se haga, no?, pe­ro normalmente trabajamos con lana pura de llama o de oveja.

Diga­mos, en eso nosotros nunca vemos valorado nuestro trabajo, ja­más. Estamos luchando aquí por intermedio de PIRCA por la coo­pe­rati­va en Barrancas, Don Cecilio por la escuela que tenía aquí, pero la­mentablemente también nos vemos impedidos porque el factor econó­mico es lo que nos limita demasiado a nosotros. Eso es lo que plan­teamos como artesanos, como locales de aquí.

Más allá de la artesanía: la agricultura, el turismo y otros recur­sos regionales

Incluso me animaría que se pu­diera tratar un tema después, so­bre to­do el de la agricultura, que es un problema que se siente mu­cho acá en la quebrada, porque es un lugar que se presta para eso. Vea­mos qué produci­mos, cómo pro­du­cimos; después cómo nos alimenta­mos, de qué nos ali­mentamos, y hasta dónde nos ayuda eso y has­ta dónde nos perjudica de forma no­table.

Al meter abonos químicos esta­mos arruinando la tie­rra, nos es­tamos haciendo nada más que para un solo tipo de produc­ción que después, a la larga, puede durarnos cin­co ó seis años, pero después, cuan­do quieramos ver, después de diez años de producir, nos vamos a dar cuenta de que estas tierras no sirven para nada. Y por eso creo que esa es una de las causas por las que mucha gente ha de­jado sus tierras aquí en la quebrada y tam­bién como nos pasó a to­dos. Lamentablemente en la puna y la quebrada tenemos que emigrar, desa­rraigarnos, no va­le nuestro trabajo, nues­tras cosas van quedando de lado, relegadas.

Otras cosas son las falsas promesas. Y todo eso hace que en el día un grupo de gente nos pon­ga­mos a pensar qué es lo que que­remos realmente para nosotros, para nuestros mayo­res y para nuestros hi­jos. Nosotros queremos estar en nuestras tie­rras, mante­nernos aquí en la quebrada y en la puna, no emigrar más. Por eso es­tamos de­fen­diendo nuestra tierra, nuestra frontera, estamos tratando de no te­ner tantos problemas como hay en las ciudades por el hacina­miento de la gente, porque no hay infraestructura para que se pueda vivir dig­namente allí.

Lo planteamos de una forma con­creta, y di­go que lo planteamos todos, porque hemos charlado los grupos: aquí la gente que estamos planteando esto estamos convencidos de que tenemos que que­darnos. Pero para esto, también tenemos que enseñ­ar que lo que ha­cemos sirve. Esto es una fuente de trabajo que no ne­cesita grandes inversiones: solamente de lo que nosotros podemos ha­cer con nuestras manos y de nuestro trabajo.

Que se incentive el turismo, pero bien intencionado, de una forma concreta, cabal, correc­ta. No tipo gran­des infraestructuras, muchas cosas que se van en pro­yectos demasiado irrealizables. Esto es lo que hay que tratar de to­mar conciencia to­dos. Creo que a todos de alguna forma nos beneficia una posición clara, sencilla, que sea concreta. No podemos pretender que esto suceda de un día a otro.

En nuestra pro­vincia yo he escuchado hablar a mucha gen­te. Dice: Jujuy es demasia­do caro para vivir como turista. Y den­tro de Jujuy, Tilca­ra es demasiado caro, lo más caro to­davía. Yo creo que la gente que quiere en estos momentos trabajar con el turismo está pensando en una forma equivocada porque no res­peta, piensa que a lo mejor, no sé si hay alguien que se sienta to­cado, quisiera que me lo remate, ¿no?, el hecho es que en quince días no se pue­de ganar lo que se gana en un año de trabajo.

Es preferible que tengamos toda la vida, todo el año aquí en Tilcara mucha gente, co­mo aquí en la quebrada y en la puna también puede ser después para que podamos vivir dignamente todo el año. No venir con un machete y arrancarle la cabeza con los precios a la gente, correrlos. Estamos corriendo [a la gente] y estamos desprestigiando a toda la zo­na. Creo que ese es un error que nosotros también tenemos que hacer ver a nuestros pro­pios hermanos que piensan diferente.

Se pien­san que porque vie­nen hay que mostrarles algo, pero hay que co­brar­les primero. Y lamen­ta­blemente, nosotros para mostrar tenemos que sa­ber qué es lo que les mostramos, qué es lo que proponemos y des­pués decirle: vale tanto. A través de eso, cuando uno actúa de esa forma, creo que es más co­rrec­to que ambos veamos hasta donde po­demos llegar y se puede traba­jar bien. Nada más: eso es todo lo que quería decirles.

Tinturas naturales y artificiales: más sobre el valor

[Rubén Alancay]

Yo quería hablar sobre las artesanías, donde esta­mos pa­san­do por alto, yo creo, un dato que es muy importante, los re­cursos na­turales de la tintura. Van a ver que aquí entre los te­ji­dos que te­nemos hay colores con anilinas, pero Barrancas, o sea los ar­te­sanos de Barrancas están tratando de explotar los recur­sos natu­ra­les que tenemos, como ser la lampaya, el hollín, el chipi-chapi, pa­ra te­ner los mismos colores pero esos también cuestan lo mismo que cuesta una anilina.

El que nos vende la anilina nos saca el ojo, una onza (21) de anilina salía ayer cinco australes (22). Por eso, a lo mejor hay algunas cosas que se sien­ten caras, pero también es que el otro vive con la anilina, quiere sacar­ ventaja porque nosotros necesitamos eso, cuando antes se usaban otras cosas.

Creo que nosotros mismos hemos pasado a un lugar más cómodo y creo que en la artesanía tendríamos que volver a lo nuestro. Diga­mos, re­cuperar los colores que teníamos nosotros. La lampaya, que te daba un color vino tinto, y des­pués de­pende de la cantidad que se quiera poner y del color que se quie­ra sa­car. El hollin lo mismo, el chipi‑chape lo mismo, lo mismo el kinchamal, del que se sacan los colo­res verdes, los amarillos o verde claro.

Y eso, nosotros que­remos también que dentro de las artesa­nías, o sea dentro de nues­tros artículos re­gionales que vende­mos, también se tenga en cuenta. No es lo mismo com­prar anilina que hacer la lampaya que hay que mo­lerla, que lleva a un cierto tiempo también de trabajo; eso también se debe tener en cuen­ta en las arte­sanías. No sé: algún otro ar­te­sano que más o menos pueda explicar.

[Héctor Alancay]

Claro, con respecto a la cuestión de los teñidos naturales, también con­viene comprar la anilina, pero por parte yo lo veo me­dio engañoso, porque al comprar la anilina, ¿qué trabajo lleva?. La pagás los australes que sean, pero uno va, tiñe rápido; pero con la cuestión de los teñidos naturales, es un trabajo bastante.

Para mí, es bastante trabajo porque lleva un montón de tiempo para enjuagar, y volver a jabonar, cosa que no quede nada del teñido que muestre, cuando uno lo golpea que salga el polvo o que quede con el olor de la planta que se tiñe: se lo quita con jabonado. Así que no sé, yo veo también que cuestan bastante los teñidos con colores na­turales.

[un participante]

Claro y además de eso, los colores naturales son co­lo­res más fijos que los de la anilina.

[Otro participante]

Por eso cuesta mucho.

[Otro]

Que cuesta mucho. Es un color firme ya: un color serio que no desaparece.

[un tilcareño]

Por acá también para el teñido natural se usa el nogal y es casi lo mismo que la lampaya. Cuesta lo mismo y da un color amari­llo, que da la cáscara.

[Rubén Alancay]

Después también en la Provincia de Jujuy, lo que yo veo es cómo los legisladores anteriormente han legislado una ley, para el Código Rural, sobre todo protegiendo a los asnos, a los burros: pero no hay una ley que proteja al artesano. O sea que den­tro de la pro­vincia hasta a eso se han dedicado los legisladores, pero a los ar­tesanos no se los tiene en cuenta. Para que nosotros tengamos en cuenta si algún día nos candidateamos.

[Armando Álvarez]

Bueno, yo invito a todos los presentes para esta noche a las 22. La comunidad de Barrancas va a presentar una obra que realiza todos los años el primero de noviembre en Barrancas que se llama Yunga de Todos los Santos. Que se va a hacer esta noche a las 22 y es una lástima que no estén las autoridades de la Secre­taría de Cul­tura, no sé si es una lástima o no sé si es en rea­li­dad una ventaja y es mejor que estuviéramos acá ayer,con la apolo­gía de un libro, con la apología de Sarmiento (23).


Notas

(1) Las conversaciones sobre conocimiento popular que aquí se transcriben se llevaron a cabo en Tilcara, durante enero de 1988, y fueron organizadas por PIRCA -Proyecto de Integración y Rescate de la Cultura Andina-, como parte de la Semana de la Cultura An­dina. PIRCA es una institución con sede en Til­cara y con grupos de actuación en varios lugares de la quebrada de Humahuaca -espe­cialmente Yacoraite y Tilcara- y de la Puna de Jujuy -espe­cial­mente Barrancas. Su fundador y coordinador es Ar­mando Álvarez. En la trascripción, se ha intentado respetar el estilo coloquial y de con­versación entre hermanos étnicos que tuvo el encuentro original. Esta nota y las restantes intercaladas en el texto, fueron re­dac­tadas por Mario Rabey, quien también hizo breves co­rrecciones, que, sin modificar el estilo regional, hicieran más fácil la lectura al eliminar las repeticiones de­bidas al ca­rácter oral de las exposiciones. También introdujo los subtítulos, para dar mayor agilidad a la lectura del texto en su conjun­to, y remarcar algunas de las categorías a su juicio más rele­vantes.

(2) Los autores son mencionados por orden alfabético. Los cua­tro primeros son nativos de Barrancas, de los cuales Ricardo Alancay habita en Tilcara (pero ver nota 20). Cecilio Mamaní es tilcareño. Mario Rabey es el compilador-organizador del texto y autor de las notas (ver nota 1).

(3) Se está refiriendo a tres poblados -y sus áreas circundan­tes-, ubicados respectivamente en los extremos noroeste (Santa Catalina), norte (Yavi) y nordeste (Santa Victoria) de los Andes de Argentina. La distancia en kilómetros entre las Salinas Gran­des de la puna jujeña, a las cuales se refiere Don Eulalio, y esas áreas es de unos 120 a 170 km. La distancia en tiempo de vi­aje, con tropas de burros y el tropero caminando, es de unas cua­tro a seis jornadas de ida y otro tanto de vuelta.

(4) Profundidad.

(5) Con respecto al borde de la salina.

(6) Aquí hace un gesto, indicando con las manos la profundidad de la sal en el borde de las salinas.

(7) Aquí se dirige a los interlocutores. La conversación se desarrolla en la sala de la Biblioteca Popular de Tilcara. Parti­cipan varios barranqueños -es decir, puneños-, entre los cuales la mayor parte de los que exponen, excepto don Cecilio Mamaní, tejedor de Tilcara. El resto, éramos casi todos residentes de Tilcara -es decir, “de la quebrada (de Humahuaca)”. En los Andes de Jujuy, existe un fuerte contraste ecológico entre Puna y Quebrada y un evidente contraste cultural –con base ecológica- entre puneños y quebradeños (Rabey et. al 1986).

(8) Se refiere a los bloques de barro sin cocer que se utili­zan como material básico para la construcción de paredes en esta región y muchas otras del mundo. Las dimensiones medias de los adobes son 40 cm x 30 cm x 10 cm.

(9) Don Eulalio Lamas y su sobrino nieto Rubén Alancay están señalando aquí una de las causas principales de la decadencia sufrida en las últimas dos décadas por el sistema de trueque re­gional que articulaba a la puna salto-jujeña con los valles meso­térmicos (quebrada de Humahuaca y valles altos orientales) y con el valle bajo de Jujuy, un sistema que ha sido detalladamente descripto por Rabey et al (1986) y Merlino et al (1988). En este caso, se trata de la limitación al libre acceso a la extracción de sal por parte de los campesinos, habitantes de los ecosistemas puna, quebrada y valles altos, lo que dificultó y encareció el aprovisionamiento de uno de los renglones básicos de intercambio.

(10) En 1986, Rubén Alancay ocupaba el cargo de Comisionado Mu­nicipal del Distrito de Barrancas, en la puna.

(11) Emepejotistas son los miembros del MPJ (Movimiento Popu­lar Jujeño) un partido político local de la provincia de Jujuy, surgido de un desprendimiento del partido radical en 1957.

(12) Se refiere siempre a los mismos diputados provinciales que son elegidos, supuestamente, como representantes de las áreas andinas de la provincia.

(13) A fines del último gobierno militar, cuando comenzaban los preparativos para las elecciones que llevaron al triunfo ra­dical en el nivel nacional -siendo elegido el Dr. Raúl Alfonsín como presidente- y al del peronismo en la provincia -siendo ele­gido el Ing. Carlos Snopek como gobernador-.

(14) Rubén Alancay fue -y seguía siendo en tiempos de la reunión de donde se tomaron estos materiales- uno de los tres anima­dores de comunidad, un cargo establecido en el marco de la es­tructura de la Iglesia Católica regional -la Prelatura de Huma­huaca, que abarca la puna jujeña, parte de la Quebrada de Huma­huaca y algunos valles andinos orientales, en la provincia de Salta-, como articuladores entre dicha estructura y las comunida­des locales andinas.

(15) Hay una referencia al hecho que el gobierno nacional estaba en manos de un partido político y el provincial en manos de otro, lo que solía ser usado como argumento por este último para justificar la falta de recursos para cumplir con promesas electorales.

(16) Se refiere a las plantaciones azucareras ubicadas en las tierras bajas, inmediatamente al este del pie oriental de los Andes, donde miles de campesinos andinos de Argentina y Bolivia son reclutados todos los años para las cosechas estacionales, en­tre abril y noviembre.

(17) Don Cecilio se debe estar refiriendo aquí a promesas re­cibidas por parte de funcionarios y políticos de conseguirle una jubilación o una pensión a la vejez, para las cuales ya tiene condiciones de edad hace doce años. Estas promesas forman parte de los recursos utilizados para la construcción de lazos de clientelismo político, especialmente en épocas de elecciones.

(18) En esos tiempos, don Cecilio estaba enseñando tejidos en unos talleres organizados con fondos de la Secretaría de Cultura de la Nación.

(19) Mientras que en la Quebrada de Humahuaca la fabricación artesanal de piezas textiles se ha convertido en un oficio altamente especializado -como en el caso de Don Cecilio Mamaní-, en la Puna de Jujuy es una actividad mucho más difundida, seguramente a causa de que la casi totalidad de los habitantes rurales -y muchos urbanos tienen majadas de ovejas y, muchas veces, llamas. La mayoría de la gente -incluyendo a los niños a partir de los ocho años- sabe hilar lana, y muchos adultos son tejedores habituales u ocasionales.

(20) Ricardo, hermano de Rubén, hace años que habita en Tilcara, aunque manteniendo fuertes lazos de pertenencia con su pueblo nativo de Barrancas. Su actividad principal es como teje­dor, habiéndose destacado por sus diseños de gran personalidad.

(21) En los Andes Centrales, en los intercambios realizados en ferias populares, se sigue utilizando como unidad de medida para ciertas transacciones en pequeñas cantidades (anilinas, hojas de coca, plantas medicinales, entre otras), la antigua onza, que equivale a un poco menos de treinta gramos.

(22) Aproximadamente un dólar al cambio de aquel momento.

(23) Se refiere a una charla dada el día anterior en la Bibliotea Popular de Tilcara.

Bibliografía mencionada

Merlino, R. J, Oz­coidi, M. y Sánchez Proaño, M.

l988 Persistencia y transformación del modo de vida andino en el extremo sur de los Andes Centrales. En S. Masuda, ed., Recursos natura­les andinos: 30l‑338. To­kio, Universidad de Tokio.

Rabey, M. A., Merlino, R. J. y González, D. R.

l986 Trueque, articulación económica y racionalidad campesina en el sur de los Andes Centrales. Revista Andina, 4 (l): l3l‑l60. Cusco.

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