Textos publicados e inéditos, incluyendo material gráfico y desgrabaciones de conferencias, entrevistas en televisión y radio, etc.

La persecución a los militantes en San Juan durante la dictadura


Una etnografía de la derrota de Montoneros y otras organizaciones durante el terror de Estado de la dictadura militar argentina 1976-1983
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Mario Rabey 2




Parece que ese lugar profundo en el inconsciente donde se cimenta la memoria me ha hecho demorar el comienzo de la escritura de estas líneas, haciéndome esperar hasta hoy, la madrugada de este 24 de marzo del 2009, en esta vigilia que recuerda a aquélla otra, tensa vigilia, del 24 de marzo de 1976.

Hace unos meses, Eloy Camus formó parte del grupo de anfitriones de Carta Abierta San Juan y de la Universidad Nacional de San Juan, que nos habían invitado a Aníbal Cedrón y a mí a reflexionar junto con ellos acerca de los significados del retorno a la democracia, en el aniversario que se cumplía en diciembre.

En diciembre de 2008, hace pocos meses, se cumplieron 25 años de democracia, las bodas de plata de nuestra sociedad con el Estado de Derecho recuperado. En esos tres días, largas conversaciones con Eloy, Aníbal, el Chango Daniel Illanes, Virginia Rodríguez, Oscar Acosta y otros compañeros y compañeras de San Juan construyeron un clima especial: un clima donde reapareció el espíritu militante que no había vuelto a sentir en estos veinticinco años, ese espíritu que, sin duda, había acallado por el terror la dictadura.

En esos días, Eloy nos mostró el libro, con ese tranquilo fervor que transmite y concita más pasión que los discursos exaltados. Aníbal, de oficio artista plástico, quedó a cargo de la ilustración de la tapa. Yo, de oficio escribidor de textos varios con cierta pericia etnográfica, fui encargado de las líneas introductorias -el Prólogo- que aquí empiezo a escribir para Eloy, para ustedes, los lectores -mis compatriotas, es decir los que comparten conmigo habitar esta patria, sufrirla y por sobre todas las cosas, quererla-, y, por qué no decirlo, para mí. Sí, para mí, que es como decir para mis hijos, para mi descendencia, para el modesto papel que me toca representar en nuestra historia. Sí: hoy, en la madrugada del 24 de marzo de 2009, en esta vigilia de los recuerdos dolorosos y de una visión nuevamente esperanzada, me toca comenzar a escribir el Prólogo para estas Historias de Víctimas del Terrorismo de Estado en San Juan.

Eloy empieza su libro con un recuerdo clave de su propia vida de militante, cuando en una mañana de noviembre de 1976 se tenía que encontrar con Ana María Moral, su “responsable”, el término que en Montoneros se utilizaba para designar la persona a la cual reportaba un determinado militante: el jefe o la jefa directa. Va directo al recuerdo. En primera persona, el autor describe la situación en la cual su “responsable” se ha quedado sin casa porque había sido delatada, está siendo seguida por un grupo represor en un auto y, además, describe claramente su propia posición, especialmente afectiva:

Caminamos por la calle Brasil hacia la Avenida Rawson por la que circulaba el auto con cuatro individuos, llevando de un lado mi bicicleta roja y del otro a una persona a la que le tenía una rara mezcla de respeto, admiración y cariño; con sus 23 años, cabello rubio corto, ojos claros, delgada, cara alargada, de labios finos y por supuesto baja, (no llegaba al metro sesenta), a la que cada vez que veía me estremecía.

Así, ya el comienzo del libro señala la posición del autor en los hechos narrados, y en su reconstrucción histórica: es un protagonista directo, un protagonista completo, con sus razones, sus emociones, sus percepciones. A partir de allí, Eloy Camus recorre con soltura los corredores del laberinto de la memoria, sólidamente instalado en sus lazos familiares, sociales, afectivos, y de militancia. Unas páginas después, asume claramente su rol de nieto del último gobernador de la democracia derrocada en San Juan, ese otro Eloy Camus que afrontó con coraje y entereza la prisión a que se vio sometido por la dictadura, dio ejemplo antes y después a su familia, mientras su nieta Margarita eran también arrestada y sometida al terror de Estado.

Mientras llega a esa situación, el autor maneja magistralmente el tejido de ese recuerdo fundante del encuentro –narrativamente fundante- con su jefa en fuga, que introduce uno de los temas centrales del libro: el desordenado desbande de Montoneros ante la represión, y la indefensión en que iban quedando sus cuadros militantes. En ese recuerdo, se entretejen escenas, frases de la otra protagonista –la responsable- y reflexiones de Eloy, como cuando ella dice

Espero estar embarazada de mi compañero, deseo profundamente que por lo menos me haya dejado un hijo en mis entrañas. Lo que más quiero en estos momentos es tener un hijo de él; si lo han matado que su sangre perdure en nuestro hijo…

Y entonces agrega el texto, desde la propia voz del autor:

Yo pensaba, esta mina esta loca, ¿Cómo se le puede ocurrir en estas circunstancias querer estar embarazada si su compañero está en manos del Ejército, o peor de lo que ella supone, muerto?

Así, en esta primera parte del primer capítulo, dedicado a los recuerdos directos del autor, se presenta la saga de Ana María Moral, en el último año de su vida, desde que Eloy la conoce al ser presentada como su “responsable”, hasta su muerte a manos de la represión dictatorial y el posterior encuentro del autor con los padres de Ana quienes le relatan su temprana –y como siempre en esa época, infructuosa- búsqueda de justicia donde desencadenan un documento histórico que cierra la saga: la instrucción hecha por un Juez militar y el análisis de Camus del documento.

Durante la saga de Ana María, aparece el resto de la familia de Eloy: su hermana Margarita, arrestada en esos días, su abuelo en prisión y sus padres, que colaboran en el soporte logístico que Eloy hace a la heroína –su “responsable”- en desordenada fuga, con un único recurso para ello: el soporte precisamente prestado por la familia Camus.

En el final de esta primera saga, el autor vuelve al tono emotivo, pero esta vez ya no romántico sino elegíaco, y cierra, como en un epitafio:

Dejó todo para vivir y morir por sus ideales, entregó su vida resistiendo a una dictadura genocida, de la cual fue una más de sus víctimas, porque no soportaba la injusticia, la desigualdad, la falta de solidaridad. Junto a miles de jóvenes que creíamos que era posible un país mejor, con igualdad de posibilidades para todos.
Ella luchó por la consigna Sanmartiniana, que había adoptado Montoneros:
Libres o muertos, jamás esclavos.
Gracias, por todo lo que me enseñaste.
¡Hasta la Victoria siempre, compañera!

Y comienza entonces la segunda saga, la de la ”francesa”, Marianne Erize. El recuerdo comienza aquí también con un tono sensiblemente afectivo, aunque en otra clave:

Con mis 16 años, observaba a esa bella mujer extasiado y recuerdo el reto que me dio la “Petisa” [se refiere a Ana María] por mirarla tanto y no estar atendiendo a lo que ella me decía:
-¡Qué la miras tanto! ¿Querés que te la presente?

El suceso se estaba produciendo en junio de 1976, con la represión golpeando con la mayor violencia, el terror de Estado desatado, los Montoneros en desbande y sin recursos logísticos para sostener una retirada cuidadosa. Y en ese contexto, el entonces adolescente Eloy es recordado –por él mismo, más de treinta años después- admirando a una mujer hermosa, compañera de militancia. Eso hace más brutal el contrate, retóricamente buscado, con la inmediata inserción en su recuerdo del relato de la “Petisa”, hecho solamente cinco meses después, del destino sufrido por la hermosa “francesa”:

La “Petisa” se refería a Marianne con gran admiración:
- La torturaron, la violaron y la mató el Tte. Cardozo, hijo del “hijo de puta” del Gral. Cardozo, ejecutado meses atrás por Montoneros. No “cantó” nada, ni a nadie, lo único que hizo fue putearlos hasta en francés, un ejemplo de militancia y entrega. Era de “fierro” la “Francesa”.
Constituía el ejemplo a seguir, la montonera que resistió todo, sin hablar, hasta su muerte.

A partir de aquí, Eloy reconstruye –acudiendo a testimonios obtenidos por él y su esposa unos años después, ya recuperada la democracia- la breve historia de militante de Marianne. Empieza mostrando a Marianne trabajando de modelo en 1974 e ingresando en Montoneros y comenzando a militar en las villas de la zona norte de la ciudad de Buenos Aires, donde actuaba el cura Carlos Mujica. La saga continúa con Marianne azafata y su compañero viviendo en Mendoza, donde Montoneros lo había enviado después del asesinato de Mujica por la Triple A. Inmediatamente, luego de la detención de su compañero, Marianne aparece en San Juan, clandestina y –como muchos compañeros- sin recursos ni siquiera para sobrevivir. Dejo hablar al texto de Eloy y su vigorosa reconstrucción crítica de la terrible incapacidad de Montoneros para sostener la situación:

Ante el escenario de crisis producto del incremento de la represión después del golpe militar del 24 de marzo y la falta de cobertura por parte de Montoneros, se ven forzados tanto ella como otros compañeros a trabajar en la cosecha de aceitunas en la zona de Pocito para conseguir dinero para sobrevivir.

La hermosa montonera Marianne, abandonada a sus propios recursos, ya no es más modelo ni azafata: ahora cosecha aceitunas. En su saga, la joven urbana de clase media acomodada se metamorfosea en trabajadora rural cosechera estacional. Los hechos narrados llegan a su momento culminante con su brutal detención, y la posterior operación para recuperar su bicicleta –donde podían haber quedado documentos importantes-, donde otro militante es herido, capturado, torturado y luego desaparecido. Camus consigue imprimir al relato aquí un tono de análisis duramente crítico de Montoneros y su situación en la segunda mitad de 1976. Se apoya ya no en sus recuerdos personales (como en el caso de Ana María), sino en el testimonio de diversos testigos que él ha entrevistado, y combinando esta fuente de información con el documento de instrucción policial de los acontecimientos.

La saga se acerca a su final con el encuentro del autor con el padre de Marianne, en 1985, y la transcripción de recuerdos de éste de siete y ocho años antes, cuando buscaba a su hija y después se enteró de su muerte en “un enfrentamiento”. Y la narrativa cierra con la declaración de Eloy en sede militar, que llevó a la justicia Federal de Mendoza a llamar a declarar como imputados a varios de los denunciados como responsables por el secuestro y muerte de Marianne. El texto se convierte en didáctico y político:

Gracias a las leyes de obediencia debida y punto final el crimen de Marianne siguió impune.

La tercera saga es la de Jorge Bonil, el entonces Vicepresidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de San Juan. Aquí nuevamente Eloy acude a sus recuerdos personales, como en el caso de Ana María. Pero sus recuerdos se concentran aquí en una sola, larga escena, en la noche del 17 de diciembre de 1976. Eloy relata la prolongada conversación con lujo de detalles: en ella aparecen Ana María (entonces refugiada gracias a la familia de Eloy), Marianne y su desgraciado y conocido final, Margarita –la hermana de Eloy, entonces presa y sometida a los crímenes de los terroristas de Estado-, y otras compañeras y compañeros. Aparecen también militares, porque Jorge estaba haciendo el servicio militar. La saga de Jorge es la reconstrucción de la discusión que éste tiene con Eloy, donde defiende su posición de entregarse reconociéndose montonero y los intentos infructuosos de éste de convencerlo de lo contrario.

Bonil está decidido a entregarse, basándose en que Montoneros está derrotado, y el recuerdo textual de Camus reconstruye su encendida crítica a la desorganización y la incapacidad de respuesta en que habían caído. La crítica no está apoyada ahora en las palabras del autor –como en su recuerdo de Ana María-, ni en la situación de abandono en que se describe a una militante –como en el caso de Marianne-, sino en las palabras de otro protagonista. Llega así a una de las construcciones más vigorosas del libro. Se consolida así en una rica y densa etnografía de los Montoneros en retirada desordenada.

Hagamos entonces hablar al autor en su texto, cuando discute con Jorge:

- Mi hermana e Hilda seguro no han dicho nada de vos, tal vez Del Torchio se está tirando a la pileta para saber qué decías, si te entregás sos un maricón. Conozco dos minas que tienen más huevos que vos, a una la acabo de sacar de San Juan y a la otra, la “Francesa”, a la que mientras la torturaban sólo le sacaron puteadas hasta en francés y no cantó a nadie, esas sí que son verdaderas compañeras, nunca claudicaron, aun en la más absoluta adversidad. ¿Jorge, te creés que para esas minas fue fácil?, esas compañeras son militantes con mayúscula, no como vos que sos un cagón que no sabés que mierda hacer.

Jorge me responde que vio a la francesa una vez que lo mandaron al Camping de Suboficiales del RIM 22, “La Marquesita”. La tenían detenida en la casita del camping y él escuchó cómo se la disputaban para violarla el Tte. Cardozo y el Tte. Olivera. También que tenían a otros compañeros encapuchados, que en el regimiento hablaban mucho de la “francesa”, de cómo la torturaban, de las atrocidades a que fue sometida y de que seguramente ya la habían matado.

Él avisó a la “Orga” lo que había visto y dónde lo vio:

- Y no han hecho nada ¿te das cuenta? no han hecho nada de nada, a ver explicame vos ¿por qué no trataron de salvar a los compañeros? si yo me arriesgué al comunicarles dónde estaban, les di toda la información que me pidieron de los milicos, de los civiles, de todos esos cagadas con su nombre y apellido que venían a colaborar “botoneando” a cualquier “tarado” que se les ocurría, […]

Me lo decía casi a los gritos, desesperado, aterrorizado, a sus reclamos yo no tenía ninguna respuesta, es más, me producía mucha bronca que si en la “Orga” sabían dónde estaban detenidos los compañeros no se planificara una operación para rescatarlos y de paso producir un hecho de suficiente relevancia que nos permitiera golpearlos a los milicos donde más les dolía, que era lo que yo pretendía, para que no estuviéramos esperando que nos hicieran cagar, sin hacer nada.

El primer capítulo se cierra con un breve relato de un allanamiento en la casa de la familia de Eloy, en marzo de 1977. Curiosamente, el autor –que no es un etnógrafo profesional- acude a un recurso de la retórica de autenticidad de la escritura etnográfica, un recurso que Clifford Geertz ha casi estandarizado desde hace unas tres décadas, tanto por su uso en la producción de textos etnográficos, como por sus comentarios analíticos. No hay ninguna duda: el autor estaba allí. No se enteró de los acontecimientos por terceros, o por documentos. Las entrevistas y los documentos refuerzan y complementan el registro etnográfico: la transcripción de eventos –en los que participó el autor o sus interlocutores- y de diálogos. Pero no son el núcleo del material: el núcleo del primer capítulo es claramente etnográfico, es el de la construcción de un texto a partir de la reconstrucción de un campo de observación con participación.

El segundo capítulo cambia el dispositivo textual. De hecho, es un informe de lo investigado por la Delegación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) organizada en San Juan a finales de la dictadura militar de 1976-1983, con el objeto de investigar y denunciar las violaciones a los Derechos Humanos sucedidos en la Provincia de San Juan durante la dictadura y en los años anteriores a ella. El informe contiene un exhaustivo listado de desaparecidos y ejecutados desde el año 1971.

Pero si bien el texto no está armado con una escritura tan netamente etnográfica como el capítulo anterior, el material contiene una rica densidad de material de entrevistas tomadas por el propio autor a familiares y amigos de las víctimas, así como materiales de diversos documentos, inclusive de Internet. En esa rica densidad, no aparece solamente Montoneros sino otros actores, como el Ejército Revolucionario del Pueblo.

El Capítulo III del libro dedicado a relatos de varios sobrevivientes del cautiverio en el terrorismo de Estado, es el más largo del libro. Y también el más profundo, tanto en el contenido como en la forma de presentación. Se trata de la reproducción de la narración hecha por once sobrevivientes y dos hijas, huérfanas, de víctimas. En algunos casos, Camus reproduce el texto escrito o dicho por el o la protagonista. En otros, construye un texto alternando la transcripción de las voces de aquéllos con la propia escritura del autor. Numerosas citas complementarias aclaran sucesos y fuentes. Las citas forman un texto paralelo, contextual.

Es un capítulo donde la escritura etnográfica se apoya en una técnica distinta a los dos primeros. El Primer Capítulo es de etnografía que textualiza los recuerdos del autor, resignificados como observación participante. El Segundo Capítulo es una etnografía sobre entrevistas y otras fuentes. El Tercer Capítulo, es una etnografía construida sobre historias de vida.

Y es notable: este prologuista acostumbrado a la lectura, análisis crítico y dirección profesional de mucha textualidad etnográfica, rara vez se ha encontrado con un material tan convincente. Tal vez porque yo, el prologuista (como tantos otros millones de compatriotas), también sigo resignificando mi experiencia durante los años del terror de Estado como observación participante. Tal vez porque la pasión, la convicción, el fervor militante, la inteligencia y el esfuerzo se han conjurado en el Eloy Camus autor para producir un texto de gran experticia técnica, donde el adolescente militante queda redefinido como observador participante veinticinco años después, en un etnógrafo que combina la reconstrucción textual de sus recuerdos en el campo, con entrevistas, otros materiales sobre los sujetos del campo y la rica producción de historias de vida.

Y seguramente, la convicción que aparece en este contrapunto entre el autor y su lector-prologuista, se instala en este diálogo entre ambos. Por eso, en el cierre este texto introductorio invito al lector que ahora lee a dialogar también con el texto del libro.

Y hago terminar este prólogo en la madrugada de otra víspera, la víspera del aniversario de los asesinatos de Chicago, cuando un grupo de trabajadores fue condenado a muerte por realizar una huelga en defensa de sus derechos. En otro país, en otro momento, en otro Terror de Estado. En otra derrota.

Pero la derrota no es evidencia de razón, ni de justicia.

De ninguna manera.

Un día, tarde o temprano, venceremos.


1 Prólogo. En Eloy Camus, 2009, Historias de Víctimas del Terrorismo de Estado en San Juan. San Juan: Universidad Nacional de San Juan.

2 El autor es antropólogo por formación académica. Ha sido Profesor Titular de Teoría e Investigación y Antropología de las Sociedades Complejas, además de investigador y docente en diversas universidades y otras instituciones. Fue becario de investigación avanzada por la Comisión Fulbright en la Universidad de Texas en Austin. Actualmente es Presidente del Instituto de Políticas Públicas.

3 En español: Un día nosotros venceremos, título y estribillo de un negro spiritual del sur de los Estados Unidos de Norteamérica, popularizado por Joan Baez en la época de la gran lucha por los derechos civiles, llevada a cabo por métodos no violentos en la década de 1960 bajo la conducción de un discípulo de Gandhi, Martin Luther King.

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